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El Real Madrid consigue la victoria en el último suspiro contra el Levante (2-3)
Mientras aún no sabe lo que es, mientras busca ese modelo del que habla sin llegar a atraparlo, mientras desespera a los suyos, el Madrid todavía conserva esa esencia de exprimir hasta el último instante su empuje, la garra, esa rabia que desprende por vivir atrapado en un laberinto mental. Anoche fue Cristiano, en el tiempo añadido. Y fue también Morata, que vive en este equipo atropellando a un desorientado Benzema mientras algún dictamen superior parece frenar el acelerón que todos ven que da hacia la cumbre. El Madrid no se rinde ni ante su propio desconcierto.
De momento, el plan inicial con el que se presenta a los partidos desprende una intensa impresión de vacío. Sucede en los saltos de una época a la siguiente. Siempre se atraviesa un instante así, de cierta angustia. Un breve intervalo de tiempo de flotar en el abismo, sin el apoyo del lugar del que se sale, sin haber aterrizado en el pedazo hacia el que se vuela. El Madrid alargó anoche ese trayecto en el Ciudad de Valencia. Otra entrega de desaparición. Hasta que recibió un gol a la contra, antiguo hábito suyo casi en exclusiva, se presentó Marcelo, agitó la maraca del ataque y llegaron los goles.
Hasta entonces, lo más notorio habían sido las costumbres perdidas. Anoche, Cristiano Ronaldo no fue el primero en disparar a puerta. No tuvo ocasión para ese ritual suyo, como el salto para aterrizar en la hierba al entrar en el campo. Antes que él, había tirado varias veces el Levante. Antes que él, remató de cabeza Ramos. El portugués tuvo que esperar media hora, hasta que el árbitro señaló una falta lejana. Con el balón detenido en el suelo, estrenó su cuenta de disparos. Coló la pelota entre la barrera y la ágil estirada de Keylor Navas evitó el gol del Real Madrid.
Aquello resumía lo que había conseguido su equipo hasta entonces: acercamientos a través del balón parado, amenazas por la hiperactividad de Di María. Nada más. El argentino monopolizó el juego de ataque del Madrid por su carril. Su monólogo en el primer acto resultó tan notorio que tuvo incluso la oportunidad de colgar un balón con la derecha, algo extraordinario en quien prefiere el lío de una rabona a dejar de jugar a la pata coja.
En esa derecha era en la única zona en la que provocaban algo los blancos. Por el centro paseaba Khedira sin encontrar qué hacercon la pelota, rodeado generalmente de un Levante muy apretado en defensa, concentrado en cegar los espacios por ahí. En ese dominio del centro del Levante puede encontrarse otra desaparición respecto al Madrid del curso pasado. Entonces, el partido, intenso, disputado, acabó con Cristiano cegado por un golpe en un ojo, y con una intensa trifulca que se extendió por los pasillos y la enfermería del estadio. Anoche no hizo falta. El Levante se fue al descanso aplaudido por su gente después de ver que sólo una mano fantástica de Diego López evitó el gol de Babá.
El Madrid sólo despertó con el gol de Babá, rozando el fuera de juego. Entró Marcelo por un desnortado Coentrao y los blancos se lanzaron arriba. Aunque ni así fue suficiente. El Zhar aguantó una pelota contra toda la defensa y añadió un punto de pánico, que fue lo único que disparó la traca final del Madrid, esa rabia de exprimir el tiempo. Hasta llevarse el partido.
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